“Podemos afirmar con toda seguridad que la ciudad que conocimos ha desaparecido y que ya no volverá a ser la misma”, sentencia una de las investigaciones más sesudas y exhaustivas realizadas en los últimos años, acerca del pasado, presente y futuro del aglomerado urbano conocido como Gran San Miguel de Tucumán.
La génesis de este trabajo se inició en 2013, se publicó en noviembre de 2018 y se presentó en mayo de este año en la Facultad de Derecho de la UNT. Se titula “Hacia otra ciudad posible”.
Surgen de esta obra numerosos datos, reflexiones y conclusiones sobre la transformación urbana desde la fundación de la ciudad, en 1565, hasta el presente, aunque se hace foco principalmente en las fuertes y vertiginosas modificaciones que se produjeron en los últimos 25 años, concretamente entre 1991 y 2015.
En “Hacia otra ciudad posible” se consigna, por ejemplo, que en tan sólo 25 años la población del Gran Tucumán se incrementó más de un 40% -casi un 50% si nos extendemos hasta 2020- con una expansión del 215% en lo que respecta a su territorio.
Semejante crecimiento se produce en el marco del avance de una economía capitalista globalizada, cuyo impacto tuvo similitudes en muchas ciudades medianas y grandes de Latinoamérica, donde los Estados no han sabido, no han podido o no han tenido la intención de regular expansiones tan aceleradas, fragmentadas y desiguales.
Si bien existen semejanzas en este crecimiento caótico de algunas urbes subcontinentales, la investigación también subraya singularidades propias y únicas de Tucumán. Entre ellas, que nuestro conglomerado metropolitano concentra a más o menos el 60% de la población total de la provincia. Y en este “más o menos” radica una de las claves del trabajo, ya que una de sus conclusiones es que se trata de una ciudad difusa, con límites casi imposibles de precisar con exactitud.
Por lo tanto, de acuerdo al “contrato” establecido para limitar este conglomerado, podríamos decir que en esta metrópolis reside el 60% de los habitantes de Tucumán, o el 70%, o el quién sabe cuánto, según dónde situemos sus fronteras borrosas.
“La ciudad se transformó paulatinamente en una serie de fragmentos desconectados entre sí. En estos 25 años (91-15) se hicieron notorias, más notorias que nunca, las islas de riqueza y de pobreza…”. “Este crecimiento a través de parches -algunos tan grandes como Lomas de Tafí, con 5.500 unidades habitacionales- han convertido al aglomerado en una ciudad difusa”, se explica en el libro. La investigación está documentada con más de 60 figuras, fotografías, planos, mapas y cuadros geográficos, históricos, demográficos, del suelo, aptitud ambiental o de proyecciones y factibilidades de crecimiento, entre otros.
Los autores-compiladores del estudio son Matilde Malizia, Paula Boldrini y Pablo Paolasso. Trabajaron también Ana Castañeda, Pilar Cichero, Rosa Lina Cuozzo, Claudia Gómez López y María Elvira Sosa Paz, con prólogo de Sonia Vidal Koppmann. Todos ellos son investigadores del Conicet, especializados en distintas áreas como ciencias sociales, geografía, arquitectura, urbanismo y medio ambiente, entre otras.
Los especialistas explican que no sólo la delimitación de la ciudad es de algún modo arbitraria, sino que además con el ritmo de crecimiento que acusa, los límites que se establecieron en este trabajo ya no son los actuales.
Los investigadores exponen entonces uno de los principales problemas encontrados a lo largo del estudio: ¿Cómo se puede gestionar una ciudad difusa, sin límites claros y con una expansión constante y vertiginosa?
Encuentran, además, otro obstáculo, que es que “ni siquiera cada una de esas administraciones (gobierno provincial, municipios y comunas) posee regulaciones adecuadas para gestionar de manera apropiada el desarrollo urbano, de modo tal que el crecimiento en islas (de riqueza, como los countries y los barrios privados, y de pobreza, como los asentamientos precarios) resulta ser, finalmente, una consecuencia de esto”.
Es decir, en el origen de estas islas se encuentran las asimetrías de poder que existen cuando se va generando una ciudad.
“En presencia de un Estado que no regula esas asimetrías y que en muchos casos las favorece, la ciudad adquirió este tono caótico que la caracteriza”, resaltan.
Explotaron las urbanizaciones cerradas y en simultáneo aumentaron los barrios precarios y su deterioro, cada vez más pronunciado. Como consecuencia de este proceso tan desigual entre un borde social y otro, se produjo una notoria pérdida de calidad en las urbanizaciones que están fuera de estos extremos, es decir, en los barrios tradicionales de Tucumán.
Cuando se fuga el Estado
En esta columna se afirmó en varias oportunidades que estamos frente a una “ciudad privatizada”, como descripción metafórica de un proceso que es evidente: una urbe que crece de acuerdo a la oferta y a la demanda del mercado, repartiendo mucho para pocos y casi nada para muchos, mientras el Estado se ha retirado de sus principales obligaciones, que son regular este crecimiento y proveerlo de infraestructura, como agua y cloacas, aptos ambientales para edificar, transporte público, movilidad social (rutas y calles en buen estado, avenidas, ciclovías, peatonales), garantizar la calidad de vida, la igualdad en el acceso a los servicios esenciales, y un largo etcétera de necesidades básicas que no están cubiertas por el Estado.
Esta investigación rigurosa confirma de modo contundente aquella alegoría de la “ciudad privatizada”, privatizada pero sin gerenciamiento, que es el peor escenario.
Estas islas inconexas, sin comunicación adecuada entre ellas, pero también sin vínculos sociales saludables, han generado a su vez nuevas centralidades, dicen los investigadores, que no es lo mismo que cuando hablamos de descentralización.
Explican la diferencia entre centro, concentración y centralidad y cómo el mercado inmobiliario va privatizando cada vez más áreas residenciales -y con ellas los servicios que las asisten-, de acuerdo a su propia demanda y no a la del conjunto urbanístico.
Así aparecen estas nuevas centralidades que provocan más desigualdad y más fragmentación de la ciudad, en una especie de bola de nieve en caída, que es efecto y causa a la vez del mismo problema.
Los expertos afirman que han comprobado, a través de diferentes modelos prospectivos sobre la expansión futura del aglomerado, que estas condiciones de desigualdad extrema y desconexión profunda se convertirán para muchos en la única versión de ciudad conocida, que es un aglomerado con intereses siempre en pugna y en permanente conflicto, lejos del modelo de ciudad fundacional, que era el de un lugar de encuentro.
Y plantear la pérdida, para siempre, del espacio como lugar de encuentro no es menor, no es naif ni romántico, sino que representa la imposibilidad de que los diferentes grupos sociales que cohabitan una metrópolis puedan converger para lograr el bien común. Es la antesala de la anarquía, del “far west”, que de algún modo ya estamos empezando a vivir.
Si el norte urbanístico de una ciudad, destacan los investigadores, no es buscar el bien común, las desconexiones serán cada vez más amplias y las desigualdades cada vez más hondas. Es decir, los problemas serán cada día más graves.
Como su título lo anticipa, “Hacia otra ciudad posible” no se detiene sólo en el diagnóstico, científico y riguroso, sino que propone alternativas para revertir el desastre que estamos haciendo y esto es, quizás, uno de los aportes más valiosos del trabajo.
Ellos mismos lo plantean así: “Ejercitar la capacidad de detectar el sentido de fondo de estas acciones, darle verdadera magnitud a los intereses subyacentes de cada intervención ejecutada u obstaculizada, trascender y superar los mitos inmovilizadores -que pretenden instalar ideas acerca de lo irreversible de nuestro actual estado de crisis- y buscar aquellas estrategias capaces de profundizar y multiplicar las acciones transformadoras, es el fin último de este libro. Concebido como herramienta de conocimiento a partir de la cual pensar y trabajar incansable y colectivamente por los cambios necesarios para volver a soñar con una ciudad abierta, donde podamos olvidar lo que es el miedo a salir a la calle, donde las rejas que cierran las plazas se usen como pérgolas, donde las murallas de urbanizaciones cerradas no sean necesarias, vuelvan a multiplicarse los almacenes, los vecinos sentados en la vereda y tantos nuevos escenarios como seamos capaces de imaginar, con la certeza de que lo imposible sólo cuesta un poco más”.
El trabajo está hecho. Nuestros investigadores han hablado a través de sus estudios y sus acciones. Ahora sólo falta la voluntad política para despertar a un Estado que hace muchos años está dormido.